domingo, 8 de mayo de 2011

Historia de la Hamaca


 ARTE YUCATECO


En la primera mitad del siglo XX y aun antes, la elaboración tradicional de una hamaca implicaba el conocimiento y manejo de la selva baja característica de Yucatán, de dónde se extraían todos los elementos necesarios para su fabricación. 

La fibra más utilizada era la de kij o henequén que se sembraba preferentemente en los solares de las casas. El periodo de crecimiento normal de la planta fluctuaba entre cinco o seis años, a partir de los cuales ya se podían hacer cortes para el aprovechamiento de la misma.

Una vez realizada la selección y cosecha de las hojas, se procedía a rasparlas utilizando para ello el buroché o elpakché, dos instrumentos que prácticamente han desaparecido.

El proceso de raspado consistía en sacarle el jugo a la hoja de henequén quedando sólo la fibra. Posteriormente ésta se peinaba y se ponía a secar de manera que los rayos del sol cayeran de forma pareja sobre ella y el secado fuera rápido y uniforme. Para fabricar el hilo con el que se elaboraban las hamacas había que corchar esta fibra.

El instrumento con el que se corcha el henequén de manera totalmente manual, hasta ahora se denomina k’ewel. Este se fabrica con un pedazo de corteza del árbol llamado ya’axché (Ceiba pentandra L.) y un cordel de henequén de aproximadamente un metro de largo. Completando el instrumental se encuentra el bil, nombre que se da en lengua maya a la ceniza vegetal compactada, de forma redonda y consistencia porosa y de fácil desprendimiento, que se utiliza para mantener secas las manos mientras se realiza el proceso de corchado del agave que lo convertirá en hilo. 

El bastidor es el siguiente instrumento fundamental para la hechura de una hamaca. Durante el periodo que se está reseñando se cortaban del árbol del tsai-tsa’ (Neomillspiughia emarginata) ocho varillas, lo más rectas posibles, de una longitud aproximada de dos metros de largo. Estas varillas se utilizaban clavándolas en el suelo, formando una estructura cuadrada en posición horizontal que servía de base y sobre la cual se urdía. 
Las agujas para urdir se hacían de la madera de los árboles llamados bojom (Cordia gerscanthus L.), chacte’ (Sweetiepanamensis), subinche’ (Platymiscium yucatanum St.) o ciruela (Spondia lutea).

Otros elementos de la naturaleza que se usaban en este proceso son: las hojas de ciricote (Cordia dodecandra), utilizadas como lija para pulir la superficie de la madera del tsai-tsá, sobre la que se urdía la hamaca y la resina de cedro (Cedrela mexicana Roem.) que servía para que las personas que comenzaban a corchar la fibra del agave, se la untaran en las manos como protección para aminorar las ampollas. La participación de todos los integrantes de la familia en la elaboración de hamacas era más evidente en el proceso del corchado, ya que la obtención de las materias primas y fabricación de los instrumentos de trabajo recaía en el jefe de familia y en los hijos mayores. Para corchar casi siempre se prefería trabajar antes de que saliera el sol debido a que el fresco y la humedad de la mañana le da mayor maleabilidad a la fibra.
 
La técnica utilizada en el urdido de las antiguas hamacas es la llamada de “cama o de abanico”. La característica más importante es que la estructura base (bastidor) sobre la que se trabaja, está colocada en posición horizontal. En esta posición, la puntada o sahuin dada con la aguja se hace de arriba hacia abajo y viceversa.

En lo que respecta al destino de las hamacas, se tienen noticia de que éstas sólo se empezaron a comercializar en la zona oriente del estado hasta mediados del siglo veinte. Por su calidad se dividían en finas y gruesas y por su tamaño en chicas, medianas y grandes. La calidad de una hamaca dependía del tipo de fibra con la que se hacía el hilo, siendo al corcharse, a mayor presión mejor consistencia y finura adoptaba el hilo. Una hamaca hecha con hilo grueso, que se desbarataba o rompía después de unas cuantas lavadas, era una hamaca de mala calidad. Sin embargo se vendían hamacas llamadas “gruesas” de buena calidad. Se les denominaba de esta forma porque el grosor del hilo era mayor que el de las llamadas hamacas “finas”.

Las hamacas chicas eran elaboradas con cuatro libras de hilo (2 kg.), dos que se utilizaban en el urdido y dos en la confección de los brazos. Las hamacas medianas se urdían con cinco libras (2.5 kg.), tres para el urdido del cuerpo y las otras dos libras para los brazos. Las hamacas grandes eran hechas con más de cinco libras.
Según los habitantes de la comunidad, la comercialización de hamacas no existía antes de 1915. Después de esta fecha, podemos hablar de un tipo de comercialización regional, a través de intermediarios que se encargaban de venderlas entre los diferentes poblados del oriente del Estado. Las comunidades que sobresalían por su buena producción de hamacas eran Tixcacalcupul, Chichimilá y Chemax. Las personas que atravesaban dichas poblaciones para ir a trabajar en la cosecha de chicle al territorio de Quintana Roo, fueron las primeras que empezaron a comercializar las hamacas. 

Las monedas que circulaban en ese momento eran la libra esterlina (oro), el caballo –el sol y el 0720 (plata pura). El precio que un intermediario le pagaba directamente a un productor por una hamaca mediana fluctuaba entre $1.50 y $1.00; después esta hamaca se vendía en cualquiera de las poblaciones chicleras a $2.00 o $2.50. 

La periodicidad con que los intermediarios visitaban a quienes urdían hamacas, era fijada por estos últimos, quienes, en contraste con lo que sucede en la actualidad, tenían ésta como una actividad complementaria y conservaban el control de su producción. 

El comercio de hamacas hechas con hilo de agave se dio aún en la segunda mitad del siglo XX, sin embargo su demanda fue siendo cada vez menor hasta casi desaparecer.

César Chávez

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